En el entorno laboral, lo que toleramos se convierte en Norma. Si en tu trabajo permites que las burlas, los gritos o las humillaciones se repitan sin consecuencia, el mensaje que queda no es solo para ti, sino para todos los que observan: “Aquí se permite”.
Cuando un jefe grita, descalifica o impone su opinión como única verdad, mata tres cosas esenciales en un equipo:
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La confianza → porque no hay espacio para expresar desacuerdos sin miedo.
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La motivación → porque el esfuerzo nunca es suficiente.
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La innovación → porque las ideas se frenan antes de nacer.
Y cuando la culpa y la evasión de responsabilidad se trasladan de persona a persona para evitar la humillación pública, el problema se agrava. Cada quien intenta protegerse, señalando a otros, y así la cultura de evasión alimenta la cultura de acoso, dejando el verdadero problema sin resolver.
Desde el coaching ejecutivo, sabemos que el liderazgo se mide no solo por lo que logra, sino por cómo lo logra. Un verdadero líder no humilla, corrige con respeto; no grita, comunica con claridad; no ridiculiza, inspira.
Si estás en un ambiente así, recuerda: no tolerar no es ser conflictivo, es poner un límite sano. Un límite que dice:
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Mi dignidad no es negociable.
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El respeto también es parte de la productividad.
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El trabajo es un espacio de crecimiento, no de desgaste emocional.
Cambiar esta realidad puede empezar con algo tan simple como nombrar lo que sucede, o bien, tomando la decisión de buscar un espacio donde el respeto no sea opcional.
Porque en la cultura de una organización, lo que toleras, entrenas. Y la pregunta es: